¿Quemado? Quizás.

Esto de la profesión teatral es algo que quema, pero a lo mejor ese calorcillo no es tan desagradable, pues insistimos e insistimos una y otra vez hasta reducirnos a cenizas. Luego resurgimos, como vulgar Ave Fénix, y ahí estamos de nuevo... asándonos como pollo a l'ast en un chiringuito de playa. Claro está que, como todo pollo a l'ast, estamos expuestos públicamente para que todo el mundo nos observe y nos elija... Y eso, como no, ¡nos encanta!

A veces me harto de dar vueltas inútiles, como el mencionado pollo, y me gustaría rociarme con el extintor. Me gustaría salir de todo esto y ser mero espectador. Elegir yo el pollo, leche. Pero... ¡ay! ¿Es acaso eso posible?

Sí. Lo del teatro es contradictorio, cansado, extraño... a veces. Yo creo que aún no he pillado los entresijos de la profesión, y demasiado a menudo me siento ajeno a ella. Es como si intentara ser fontanero y no hubiera visto nunca un desagüe. Es como en los sueños, cuando de golpe tienes que intervenir a alguien a corazón abierto, y piensas... pero ¿cuando estudié yo medicina?

Todo está por llegar y dicen que todo llega. Pues nada. Seguiremos allí, ante el cristal del escaparate, girando y girando sobre el mismo eje, esperando que alguien se fije en nuestra piel tostadita y nos elija para siempre... aunque sólo sea de acompañamiento a las patatas con allioli.