Diario Intermitentes de un Carnicero (III)

Jueves 10 de abril.- A veces resulta difícil subirse a un escenario, pues las circunstancias personales pueden ser muy duras, o como mínimo contrarias al estado de ánimo que el teatro requiere. Si trabajas en la oficina, explicas la situación y, en determinados casos, pueden ser comprensivos... Pero en el teatro, tu ausencia significa la suspensión del espectáculo o, en el mejor de los casos, un apaño con prisas. Hoy agradezco a uno de los actores el esfuerzo de subir a escena y poner la mejor cara.

Viernes 11 de abril.- Salgo de casa sabiendo que quedan tres funciones. La perra llora. ¿Sabrá también que quedan tres funciones? El escenario, como casi cada día, está medio desmantelado. Sergio y yo, como casi cada día, volvemos a unir todas las cortinas y "cametas", que están sueltas y libres como el viento. Hora de empezar. Afuera, diluvia. Por efecto de las aguas, algunos "atrápalos" se caen de la lista, pero aún así pasamos de los 40... Mucha animación, hoy. La función va rodada, con ritmo (incluso demasiado) y el público, con bastantes conocidos, se engancha desde el inicio. Una curiosidad, que luego comentamos en el camerino: en la primera fila vemos una pareja, de unos 40 o más, que curiosamente... también estaba ayer. Nadie los conoce. ¿Son fans reincidentes... o es que repiten porque no se podían creer lo que vieron la noche anterior?

Sábado 12 de abril.- Día extraño. Público extraño. Ambiente extraño en general. Me quedo contento de mi trabajo, pero la sensación que pesa en el aire es contraria a eso... Unos a otros nos vamos contagiando el sinsabor de esta prometedora noche, y al final... me siento -y me hacen sentir- más "substituto" que nunca. Serán tonterías mías, seguro, pero son las mías... ¿qué le vamos a hacer?

Domingo 13 de abril.- Último día, última función. ¿Será la última de Carniceros? Podría ser... pero creo que seguiremos buscándole un final en otra parte, en otro escenario... Finalmente, se actúa. La de hoy es una función normalita, quizás para olvidar. Se nota el cansancio de los días -y a algunos... el de las noches- pero se suda y se saliva a tope para llegar hasta el final, dejando la piel en el negro suelo del Guasch o cayendo exhausto en alguna silla al final de la función. Sin aliento, sin agua y casi sin kilos (a Ginés le caen los remetidos vestidos de señora "gorda y fea") llegamos al final. Al final de esto... y al principio de no se sabé qué.